 Recopilación historia |
Por Raúl Enrique Bibiano |
Ciertamente,
como vivimos todo el tiempo
bombardeados por noticias que muchas veces son por lo general,
demasiado tóxicas, es que no tenemos un momento para dar a nuestras
vidas, las riquezas espirituales que merecemos todos los Seres
Humanos.
Hoy
voy a transmitirles algo que vale la pena leer, y
para enriquecer el alma de quienes se sientan identificados con la
espiritualidad. Esta
historia, bien vale la pena conocerla porque nos ayuda a conocer
historias poco habituales en los tiempos actuales.
Esta
es la historia de San Espiridión de Tremitunte que era un obispo de
Chipre. Es considerado santo, taumaturgo y confesor, para la Iglesia
católica y la Iglesia ortodoxa.
Breve
Biografía
Espiridión
nació en una familia cristiana, a finales del siglo III, cerca del mediado del año 270 d/C en Chipre. Se sabe que pasó los primeros años de su vida
en el monte, como pastor del ganado de su padre. Sozomeno, que
escribió a mediados del siglo V, cuenta que unos bandoleros que
intentaron robar una noche el ganado del santo, fueron detenidos por
una mano invisible, de suerte que no pudieron ni robar el ganado, ni
huir. Espiridión los encontró paralizados a la mañana siguiente,
oró por ellos para que recobrasen el movimiento y les regaló un
carnero para que no se fuesen con las manos vacías.
Sozomeno
relata también que el santo y toda su familia se abstenían de todo
alimento varios días durante la cuaresma. En una de esas ocasiones,
un forastero se detuvo en casa de Espiridión para descansar un poco.
Este vió que el forastero estaba muy fatigado y, como no tenía pan
que ofrecerle, mandó cocer un poco de carne de puerco salada y le
invitó a comer. El forastero se excusó, diciendo que era cristiano.
Entonces el santo empezó a comer para incitar al extranjero a hacer
otro tanto y le hizo notar que los preceptos eclesiásticos sólo
obligan dentro de lo razonable y que no hay ningún alimento que esté
vedado para el cristiano.
Espiridión
fue uno de los confesores cristianos a quienes el emperador Maximino
mandó sacar el ojo derecho, cortar el nervio y desjarretar la pierna
izquierda, y condenó a trabajar en las minas. Permaneció en su
destierro durante algunos años, hasta que, tras la muerte de dicho
emperador, pudo volver a Chipre, donde ejerció de nuevo el oficio de
pastor. Se casó y tuvo una hija. Pero enviudó tempranamente; su
hija también murió joven.
Todo
lo que Espiridión tenía lo compartía con los prójimos y
peregrinos, por lo cual se considera que Dios lo hizo taumaturgo:
curaba a los incurables, exorcizaba, paraba la sequía, traía la
lluvia, etc. La gente siempre se sorprendía de lo ingenuo que era.
Pero él velaba por que se observasen rigurosamente el rito y
ceremonias sacramentales y se guardase inalterada la Sagrada
escritura. El santo reprochaba a aquellos sacerdotes que en sus
sermones perdían la exactitud de las palabras de la Biblia.
En
los tiempos del reinado de Constantino el Grande, cuando falleció el
obispo de Tremitunte, el pueblo y el clero a una voz aclamaron como
sucesor a Espiridión. Aunque él alegaba inútilmente su incapacidad
para el cargo, recibió las sagradas órdenes y fue consagrado
obispo.
Cuando
lo hicieron obispo, no cambió su modo de vida modesta, siguió
pastando ovejas y trabajando en el campo. Cada año Espiridión
dividía su cosecha en tres partes. Una la repartía entre los
pobres, otra la prestaba sin lucro a aquellos que lo necesitaban, y
otra la dejaba para su propio mantenimiento. Pero la distribución no
la hacía en persona, sino que mostraba a la gente la despensa y
decía que tomasen ellos mismos cuanto necesitaran y después
devolvieran cuando pudiesen, sin control alguno de su parte.
En
325 participó en el Primer concilio ecuménico de Nicea, donde
intervino contra el arrianismo, y en los Concilios de Alejandría en
340 y de Sárdica en 343.[1] Cuando Espiridión se dirigía al
Concilio, encontró a un grupo de obispos que se alarmaron mucho
pensando que la simplicidad del santo constituía un peligro para la
ortodoxia. Así pues, ordenaron a sus criados que degollasen las
mulas de Espiridión y de su diácono. Aquella noche, al encontrar a
las bestias degolladas, Espiridión no se inmutó, simplemente dijo a
su diácono que volviese a pegar las cabezas a los cuerpos, y las
bestias resucitaron. Cuando salió el sol, el diácono se dio cuenta
de que había pegado la cabeza de su mula, que era baya, al cuerpo de
la mula del santo, que era alazana.
Dios
reveló a Espiridión la hora de su muerte y, al hablar a los
discípulos del amor al Señor y al prójimo, falleció rezando.
Falleció el 12 de diciembre de 348 y fue enterrado en el templo de
los Santos Apóstoles de Tremitunte.
Milagros
El
santo recordaba al Profeta Elías en varios milagros. Con su oración
las sequías, frecuentes en Chipre, se trocaban en lluvias, y
chubascos excesivos daban paso a un buen tiempo. Una vez calumniaron
a un amigo suyo, lo metieron en la cárcel y lo condenaron a muerte;
el santo se apresuró a ayudarle, pero en su camino encontró un
raudal que por su oración se abrió, dejando pasar al santo y sus
compañeros, y el juez al saber del milagro soltó al inocente.
Una
noche en la lamparilla de Espiridión el óleo estuvo por acabar y
comenzó a apagarse. Por la oración del santo afligido, se llenó
milagrosamente de óleo.
En
el Primer concilio ecuménico de Nicea, el santo tomó parte en el
debate con un filósofo griego que defendía los criterios de
arrianismo. Las palabras sencillas y claras del santo derrotaron sus
argumentos, y el filósofo se dio por vencido, abrazando la causa de
los santos padres. En el mismo concilio, Espiridión mostró
ilustrativamente la esencia unitaria de la Santa Trinidad. El tomó
un ladrillo que ante los ojos de los participantes se descompuso,
saliendo el fuego para arriba, el agua para abajo y la arcilla
quedándose en su mano. Así él explicó que tanto, como se unen
tres elementos naturales en un solo ladrillo, así las tres personas
divinas se unen en una sola Deidad.
El
santo curó al emperador Constancio que estuvo a las puertas de la
muerte.
En
Antioquía, Espiridión resucitó a un bebé de una pagana que luego
se desplomó muerta conmovida por el milagro. El santo después tuvo
que resucitar a ella también. En 325, su hija Irene escondió las
joyas que le habían sido encomendadas para guardar por una matrona y
murió un par de días antes de que su padre regresara del Concilio.
La matrona le reclamó las joyas al santo, pero éste no consiguió
encontrarlo, y resucitó a su hija para que dijera donde las oculto.
Después el alma de la chica volvió a abandonar el cuerpo.
Cuando
en 340 en Alejandría fue convocado un Concilio, por las oraciones de
los santos padres se desmoronaron todos los ídolos paganos, menos
uno más importante. Al Patriarca se le reveló en el sueño que el
ídolo se quedó para ser deshecho por Espiridión. El Concilio le
llamó al obispo que viniera. El santo se embarcó y tan pronto como
pisó la tierra el ídolo de Alejandría, junto con todos sus
sacrificaderos, se derrumbó.
La
isla de Kérkyra, donde reposan las reliquias del santo fue el único
territorio de Grecia no conquistado por el Imperio otomano. En 1716
su armada cercó la isla y se preparó para atacar. De repente en el
cielo apareció la imagen de un anciano con una espada de fuego, y
los turcos se retiraron.
Una
vez un náufrago que se estaba ahogando invocó al santo, y en el
acto apareció un anciano, asió su mano y lo sacó del agua. Una vez
en tierra firme, el hombre se dirigió al templo para dar las gracias
a san Espiridión. Hallándose cerca de él alguien le dijo que, por
alguna razón, el relicario no se abría. Resultó que en el momento
del naufragio los sacerdotes no habían podido abrirlo. Pero cuando
el hombre entró en el templo, el relicario se abrió sin esfuerzo y
todos los presentes vieron que en los pies del santo había algas
marinas.
Sus
reliquias incorruptas preservan la blandura y la temperatura
constante (36,6 °C) propios del cuerpo humano vivo. Cada vez que le
cambian las vestimentas, se ve claramente que están gastadas, aunque
el cuerpo permanece intacto en el relicario durante todo el año. Lo
mismo se observa con las zapatillas del santo. Se dice que anda
mucho, ayudando a la gente.
Veneración
A
mediados del siglo VII, cuando comenzaron los ataques de sarracenos,
las reliquias del santo se llevaron de Chipre a Constantinopla y, a
la caída la ciudad en las manos de turcos en 1453, fueron
trasladadas a la isla de Corfú, que en aquel entonces pertenecía a
la República de Venecia. El 4 de diciembre de 1577 las autoridades
venecianas concedieron un lote de tierra para la construcción del
templo en honor del santo. En 1589 las reliquias fueron trasladadas
al templo recién construido, donde se encuentran hasta ahora.
Sus
reliquias reposan bajo la custodia de la Iglesia ortodoxa helénica
en el templo que lleva su nombre en Kérkyra, la capital de la isla.
Durante largo tiempo la mano derecha del santo reposó en Roma,
regalada al Papa Clemente VIII en 1592, y guardada en la iglesia de
Santa María in Vallicella. En 1984 la pasaron a Kérkyra.
San
Espiridión es uno de los santos más venerados en la Iglesia
ortodoxa y por eso a veces lo comparan con San Nicolás de Mira. Como
San Espiridión es particularmente venerado por los corfiotas, en la
isla, cuya historia de los seis últimos siglos está inalienable de
la estancia allí de las reliquias. Se cree que dos veces salvó la
isla de la peste, una vez de la hambruna y una vez de la invasión
turca. Los isleños celebran su homenaje cinco veces al año.
A
su intercesión suelen acudir especialmente en los casos de
dificultades económicas, intervención quirúrgica y enfermedades
oncológicas.
Según
el santoral ortodoxo su festividad se celebra el 12 de diciembre
según el calendario juliano, o el 25 según el gregoriano, el día
de solsticio de invierno, y los católicos la celebran el 12 de
diciembre, anteriormente el 14 de diciembre.