Miles
de vecinos viven, estudian y trabajan en un barrio que merece ser
contado con verdad. Estigmatizarlo no solo distorsiona su imagen:
también pone en riesgo a quienes lo habitan.
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| Por Raúl Enrique Bibiano |
Cuando
se escribe “Constitución” en un buscador, lo que aparece primero
suele ser una colección de titulares alarmistas: “zona roja”,
“inseguridad”, “prostitución”, “narcomenudeo”. Pero ¿qué
pasa cuando uno vive allí, cuando camina sus calles cada día,
cuando conoce a sus vecinos, sus historias, sus rutinas? Lo que
aparece en la pantalla no coincide con la realidad que late en el
barrio.
Un barrio con historia y raíces profundas
Constitución es uno de los barrios más antiguos de Buenos Aires.
Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando era una zona de quintas y
tránsito hacia el sur. En 1865 se inauguró la Estación
Constitución, que transformó radicalmente el barrio, convirtiéndolo
en un nodo vital para el transporte y el comercio. Hoy, más de
40.000 personas viven en sus 2,1 km², formando una comunidad diversa
y vibrante.
Comercio, educación y servicios: una vida cotidiana que
no se ve
Lejos de ser un “prostíbulo a cielo abierto”, como algunos lo
califican, Constitución alberga una economía variada:
supermercados, tiendas de ropa, zapaterías, ferreterías, bares,
restaurantes, hoteles y centros educativos. Las calles Brasil y San
José son ejes comerciales activos, y el barrio cuenta con escuelas
primarias, secundarias y terciarias, además de instituciones de
salud y oficinas públicas.
La estigmatización que duele y pone en riesgo
La prostitución existe en Constitución, como en Recoleta,
Tribunales, Retiro o Palermo. Pero reducir un barrio entero a esa
actividad es injusto y peligroso. Miles de vecinos se levantan cada
día para trabajar en hospitales, escuelas, comercios, fuerzas de
seguridad y empresas. Al etiquetar a Constitución como “zona
roja”, se invisibiliza a esa mayoría silenciosa que construye
comunidad y dignidad.
Y lo que es aún más grave: se expone a niñas, adolescentes y
mujeres que transitan el barrio a situaciones de acoso o violencia.
Muchas salen antes del amanecer rumbo a sus escuelas, algunas
ubicadas lejos del barrio. Otras regresan de sus trabajos, o caminan
hacia la estación para tomar el subte o el tren. Al instalar la idea
de que toda mujer que camina por Constitución es una trabajadora
sexual, se habilita —aunque sea de forma implícita— el
prejuicio, el acoso y el abuso. La estigmatización no es solo
injusta: es peligrosa.
¿Y si miramos con otros ojos?Constitución es también un barrio de resistencia. De migrantes
que llegaron buscando oportunidades. De estudiantes que cruzan sus
calles rumbo a la Facultad de Ciencias Sociales. De artistas,
trabajadores, jubilados, niños y madres que hacen del barrio su
hogar. Es un lugar donde conviven estilos arquitectónicos coloniales
y modernos, donde se cruzan culturas y se tejen historias.
Una invitación a la empatía
Esta nota no busca negar los problemas que existen —como en
cualquier otro barrio porteño— sino equilibrar la narrativa.
Porque cuando se criminaliza un territorio, se criminaliza a su
gente. Y eso no solo es injusto: es peligroso. Constitución merece
ser contado con matices, con respeto y con verdad.
Cuando los medios repiten una etiqueta, la sociedad la convierte
en verdad. Pero esa “verdad” no resiste el paso por las veredas
del barrio. Constitución no necesita que la defiendan: necesita que
la miren sin prejuicios. Porque detrás de cada titular hay una vida
que merece respeto.