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viernes, 15 de agosto de 2025

Constitución no es una zona roja

Miles de vecinos viven, estudian y trabajan en un barrio que merece ser contado con verdad. Estigmatizarlo no solo distorsiona su imagen: también pone en riesgo a quienes lo habitan. 

          
 Por Raúl Enrique Bibiano






Cuando se escribe “Constitución” en un buscador, lo que aparece primero suele ser una colección de titulares alarmistas: “zona roja”, “inseguridad”, “prostitución”, “narcomenudeo”. Pero ¿qué pasa cuando uno vive allí, cuando camina sus calles cada día, cuando conoce a sus vecinos, sus historias, sus rutinas? Lo que aparece en la pantalla no coincide con la realidad que late en el barrio.

Un barrio con historia y raíces profundas

Constitución es uno de los barrios más antiguos de Buenos Aires. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando era una zona de quintas y tránsito hacia el sur. En 1865 se inauguró la Estación Constitución, que transformó radicalmente el barrio, convirtiéndolo en un nodo vital para el transporte y el comercio. Hoy, más de 40.000 personas viven en sus 2,1 km², formando una comunidad diversa y vibrante.

Comercio, educación y servicios: una vida cotidiana que no se ve

Lejos de ser un “prostíbulo a cielo abierto”, como algunos lo califican, Constitución alberga una economía variada: supermercados, tiendas de ropa, zapaterías, ferreterías, bares, restaurantes, hoteles y centros educativos. Las calles Brasil y San José son ejes comerciales activos, y el barrio cuenta con escuelas primarias, secundarias y terciarias, además de instituciones de salud y oficinas públicas.

La estigmatización que duele y pone en riesgo

La prostitución existe en Constitución, como en Recoleta, Tribunales, Retiro o Palermo. Pero reducir un barrio entero a esa actividad es injusto y peligroso. Miles de vecinos se levantan cada día para trabajar en hospitales, escuelas, comercios, fuerzas de seguridad y empresas. Al etiquetar a Constitución como “zona roja”, se invisibiliza a esa mayoría silenciosa que construye comunidad y dignidad.

Y lo que es aún más grave: se expone a niñas, adolescentes y mujeres que transitan el barrio a situaciones de acoso o violencia. Muchas salen antes del amanecer rumbo a sus escuelas, algunas ubicadas lejos del barrio. Otras regresan de sus trabajos, o caminan hacia la estación para tomar el subte o el tren. Al instalar la idea de que toda mujer que camina por Constitución es una trabajadora sexual, se habilita —aunque sea de forma implícita— el prejuicio, el acoso y el abuso. La estigmatización no es solo injusta: es peligrosa.

¿Y si miramos con otros ojos?

Constitución es también un barrio de resistencia. De migrantes que llegaron buscando oportunidades. De estudiantes que cruzan sus calles rumbo a la Facultad de Ciencias Sociales. De artistas, trabajadores, jubilados, niños y madres que hacen del barrio su hogar. Es un lugar donde conviven estilos arquitectónicos coloniales y modernos, donde se cruzan culturas y se tejen historias.

Una invitación a la empatía

Esta nota no busca negar los problemas que existen —como en cualquier otro barrio porteño— sino equilibrar la narrativa. Porque cuando se criminaliza un territorio, se criminaliza a su gente. Y eso no solo es injusto: es peligroso. Constitución merece ser contado con matices, con respeto y con verdad.

Cuando los medios repiten una etiqueta, la sociedad la convierte en verdad. Pero esa “verdad” no resiste el paso por las veredas del barrio. Constitución no necesita que la defiendan: necesita que la miren sin prejuicios. Porque detrás de cada titular hay una vida que merece respeto.