Por Raúl Enrique Bibiano
El Último Suspiro de la Humanidad
La
Tierra, testigo del auge y caída de incontables civilizaciones,
contempla ahora el capítulo final de la humanidad. Un mundo que
alguna vez rebosó de vida, ahora es solo un eco distante de lo que
fue. Advertencias fueron dadas, señales fueron mostradas, pero el
ser humano, sumido en su letargo, nunca escuchó.
Las
plagas, las guerras, la pandemia de indiferencia
Las
pestes arrasaron con generaciones enteras, como un susurro oscuro que
recorría ciudades sin misericordia. Las pandemias llegaron como
sombras invisibles, dejando tras de sí desesperación, cadáveres y
miedo. Pero la verdadera plaga no fue biológica; fue la
indiferencia, el egoísmo, la obsesión con la codicia.
Las
guerras, absurdas y sin propósito, hicieron lo que ningún
cataclismo pudo hacer: acabaron con la esperanza. Destruyeron
familias, borraron países, convirtieron el planeta en un campo de
cenizas. Se libraron batallas por ambiciones sin sentido, dejando
solo una historia escrita con sangre. La humanidad, la única especie
que se autodestruye voluntariamente.
La última
advertencia ignorada
Los
mares murieron en silencio, los bosques se consumieron, los cielos
enrojecieron con la furia de un planeta agonizante. No hubo un Noé
esta vez. No hubo arca ni salvación. Cada oportunidad de despertar
fue pisoteada, enterrada bajo discursos vacíos y falsas promesas de
cambio. Cuando finalmente la humanidad despertó, ya no quedaba nada
por salvar.
El juicio final
Dios
observó con tristeza lo que había sido creado y lo que, por
elección propia, fue destruido. No fue el fuego ni el agua lo que
consumió la humanidad. Fue su propia arrogancia, su ceguera, su
eterna negación.
Aquí yace la humanidad. No arrasada
por la naturaleza. No exterminada por Dios. Sino por su propia mano.
"El tiempo de despertar ha pasado. Ahora solo queda recordar lo que fuimos."