Por Raúl Enrique Bibiano
En medio de una sociedad saturada de incesantes malas noticias, nació la idea de escribir un cuento. En lugar de transmitir continuamente negatividad, quise que la publicación de hoy trascendiera la realidad. Esta mañana me decidí a redactar un cuento breve, algo que alivie la angustia de aquellos que viven a la carrera y buscan desesperadamente algo que les permita escapar, aunque sea por un momento, de sus preocupaciones cotidianas. Espero que disfruten de esta propuesta diferente y alentadora para encarar el día.
Ludmila y su fiel compañero, el unicornio Flash
En una fría tarde de otoño, en medio del bullicioso siglo XXI, una joven encantadora, dotada de una belleza singular y un carisma arrollador, se topó con un suceso extraordinario en un recóndito rincón de su barrio: un majestuoso unicornio blanco. Sumida en la preocupación por la salud de su padre, Ludmila había salido a pasear en busca de calma cuando, para su asombro, se encontró cara a cara con este ser mitológico.
La joven no podía dar crédito a sus ojos. ¿Acaso estaba soñando? Pero la presencia del unicornio era real, avanzando hacia ella con gracia y nobleza. Imperturbable, Ludmila se presentó: --Mi nombre es Ludmila, pero puedes llamarme Ludmi--, le dijo al unicornio con asombro. --¿Y tú, cómo te llamas?--
El unicornio, sin voz pero con gestos elocuentes, trazó en el suelo con su pata un mensaje tácito: No tengo nombre. Sin embargo, si así lo deseas, puedes bautizarme. Ludmila, cautivada por la presencia de su mágico compañero, lo nombró Flash, en honor a la rapidez y luz con la que había aparecido en su vida.
Así comenzó la increíble amistad entre Ludmila y Flash. A pesar de que el unicornio era invisible para los ojos de los demás, para Ludmila era tan tangible como la brisa que acaricia el rostro. Juntos, emprendieron vuelos por los cielos, explorando paisajes inexplorados y compartiendo momentos sublimes.
Un día, en medio de un bosque cercano al barrio, se toparon con una malvada bruja que amenazaba la tranquilidad de Ludmila. Con valentía y determinación, Flash se interpuso entre su amiga y el peligro, enfrentando a la bruja con fiereza hasta hacerla huir, asegurando así la protección de Ludmila.
A lo largo de aquel otoño, Ludmila y Flash vivieron incontables aventuras, descubriendo valles encantados, ríos de colores vibrantes y montañas coronadas de nieve que parecían salidas de fábulas ancestrales.
Sin embargo, la presencia de Flash en el barrio no pasó desapercibida para algunos. La magia y el misterio que los rodeaba despertaron la curiosidad y el temor en los lugareños. Preocupada por la seguridad de su amigo, Ludmila optó por mantener en secreto la existencia de Flash, compartiendo su increíble amistad en la intimidad de la complicidad que los unía.
Un encuentro fortuito con un leñador extraviado en el bosque llevó a Ludmila a revelarle la verdad sobre su amistad con Flash. Con lágrimas de gratitud y asombro, el leñador se convirtió en un confidente y aliado de confianza, acompañándolos en sus travesías y protegiéndolos de cualquier peligro.
Así, Ludmila y Flash comprendieron que la verdadera magia residía no en la fantasía de un unicornio, sino en la sincera amistad y el apoyo mutuo. Juntos, enfrentaron desafíos y forjaron un lazo eterno basado en valores inquebrantables.
En el corazón de su barrio y más allá, Ludmila y Flash se convirtieron en leyenda, ejemplo de amor y amistad que trascendía fronteras y tiempos. Aunque su historia pareciera un sueño, para ellos era la más pura realidad, enriquecida por la fuerza del vínculo que los unía.
Así, entre susurros de historias antiguas y destellos de estrellas en el firmamento nocturno, Ludmila y Flash continuaron su viaje juntos, unidos por un lazo de amor y amistad eterna que perduraría más allá de cualquier límite imaginable.
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