Por Raúl Enrique Bibiano
La
historia, es el más importante de los viajes del ser humano.
En
pleno siglo XXI, suceden cosas que realmente no son nuevas,
comparándolas con la historia que me transporta al siglo XIX. Era
comienzos del año 1871 en la que hoy conocemos como Ciudad Autónoma
de Buenos Aires; Una Buenos Aires distinta, donde habitaban unos
187.000 habitantes y cuya mitad de ellos, eran extranjeros.
En
aquel tiempo, ruinoso y luctuoso, Buenos Aires era sacudida por ”La
Fiebre Amarilla”. Fue una época de caos y destrucción, que todos,
debemos mantener en nuestras memorias.
Corrían
los primeros días de enero de 1871 cuando de buenas a primeras,
fallecieron las primeras víctimas de esta catastrófica epidemia que
de la noche a la mañana, le fueron sucediendo unas 10 muertes
diarias sin que las autoridades por aquel entonces, demuestren gran
preocupación por ello.
Ya
por el mes de febrero, para el gobierno municipal a cargo de Narciso
Martinez de Hoz, que compartía la gran aldea junto al gobierno
nacional a cargo del Presidente Domingo Faustino Sarmiento y al de lo
que actualmente es la Provincia de Buenos Aires, Emilio Castro,
consideraba que eran más importantes los festejos del carnaval, que
las cuestiones de horror que se vivían en los barrios del sur.
Por
aquel entonces, cuando el médico Eduardo Wilde, preocupado con la
situación que se vivía, les advirtió que se estaba frente a un
severo brote febril. Lógicamente, no le dieron la más mínima
importancia y hasta lo consideraron agorero. Eran más importantes
los festejos del carnaval que todo lo que sucedía a la población.
No
era para menos, los que estaban muriendo eran los de clase baja,
muchos inmigrantes y pobres trabajadores, aquellos que habitaban
casas de inquilinatos, construidas en madera y chapa, u otras
viviendas construidas con adobe.
Pero
después del carnaval y comenzando el mes de marzo, el número de
muertes era de 40 personas al día, y ya no se trataba de los más
pobres; de los olvidados y mas humildes barrios del sur: También se
veían afectados los de la clase alta, aquellos que habitaban los
señoriales barrios del norte de la gran aldea. (Hoy Ciudad de Buenos
Aires).
Ante
tal desparpajo, se creaba una comisión popular para hacer frente a
semejante tragedia, en la que el gobierno nacional, no demostraba
potestad. Aquella comisión estaba formada por el Dr. Roque Perez,
Billinghurst, Mitre, el Dr. Francisco Javier Muñiz, Vedia, y el
poeta Guido Spano entre tantos otros…
Transcurrían
los días y las muertes aumentaban sin pedir permiso a nadie. Desde
la segunda quincena de marzo comenzaron a morir 150 personas por día,
ocasionando el terror en la ciudad, y a ello, se sumaron los saqueos,
el abusivo cobro en los mateos y en los medicamentos; que para nada
le servían a tan tremenda situación a los enfermos.
Domingo
Faustino Sarmiento, era por entonces el presidente, y en realidad, al
decir de la historia, era lo mismo que si el Gobierno Argentino,
estuviera acéfalo. Tanto él como su vice presidente Adolfo Alsina
prefirieron abandonar la ciudad de Buenos Aires. Una Buenos Aires que
se detuvo por el horror y la muerte que poblaba sus calles.
Entonces
los diarios de la época, comenzaron a escribir y a describir lo que
ocurría de manera tal, que el diario La Prensa del 21 de marzo de
1871 comenta el hecho con éstas palabras: “Hay ciertos rasgos de
cobardía, que dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que
podrá dar de sí en adelante, en el alto ejercicio que le confiaron
los pueblos”.
Los
días transcurrían entre el pánico y el terror, causado por la
situación que atravesaban los habitantes de aquella Buenos Aires. De
pronto comenzaron a morir de a 500 por día, sin salvación
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Monumento a las víctimas de la Fiebre Amarilla de 1871 - Parque Ameghino - ex Cementerio del Sur - |
Entre
los más de 14.000 fallecidos por la fiebre amarilla, al menos unos
8.000 de ellos, fueron enterrados en una enorme fosa común, creada
en el actual parque Ameghino, por aquel tiempo, era el Cementerio del
Sur. Allí también, fue enterrado el Dr. Francisco Javier Muñiz,
quien lamentablemente, falleció intentando ayudar a los que morían
por la fiebre amarilla. Su muerte ocurrió el 8 de abril de 1871
contagiado por la temible peste.
Ni
siquiera habían féretros, los carpinteros que no eran inmortales,
habían corrido la misma suerte que los demás. Los cadáveres eran
envueltos en sabanas o mantas, y apilados por las calles,
intransitables por los olores nauseabundos, a la espera de ser
trasladados a una fosa común, del hoy parque Ameghino, donde bajo su
fachada de plaza monumental, todavía se encuentra la mayoría de
aquellos que perdieron sus vidas por una trágica enfermedad asesina
a la que el Gobierno Argentino le restó importancia y conocida como
”La Fiebre Amarilla”.
No
cerremos los ojos a la realidad… La vida es un derecho de todos.
Sean pobres o sean ricos, sean blancos o sean de color, sean de
cualquier creencia o religión. Sean de izquierda o de derecha.
El
14 de agosto de 1881 el médico cubano Carlos Finlay, logró
demostrar que el agente transmisor de la fiebre amarilla, era la
hembra del mosquito Cuiex o Aedes aegypti.
No caben dudas que su
gran descubrimiento, ha contribuido a prevenir la fiebre amarilla y
su descubrimiento nos demuestra que debemos estar abiertos a razonar
con amplitud de criterio.
Gracias a este descubrimiento científico del Dr Carlos Finlay, también podemos saber hoy, en los tiempos actuales, que esta especie de mosquitos, también transmite otras graves enfermedades:
Además de la Fiebre Amarilla, transmite el Zika, Dengue, Chikungunya, el temible virus Mayaro y un sin fin de otras enfermedades mortales en las que otros mamiferos además del ser humano, son pasibles de afección.
Es
por estas razones, los miembros de la humanidad, debemos tomar
conciencia diariamente y recordar: Que sin estudiar la propia historia
de la humanidad, jamás nos podremos librar de los terribles males
que nos acechan como raza humana.