Semanario de Sucesos y Noticias

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sábado, 13 de junio de 2020

Hace 23 años sobreviví a un homicidio y hoy le pido a Dios sobrevivir a esta Pandemia


La grave situación de inseguridad y sobre todo de violencia, no deja dudas del desamparo jurídico que reina en todo el país desde hace décadas. Lo peor es que el asesino ahora es invisible.

Por Raúl Enrique Bibiano


No es casualidad que en Argentina suceda cada acontecimiento de los tantos que ocurren. Yo mismo he sido víctima de fusilamiento al detenerme en una esquina, mientras que un puñado de víctimas de un asalto a mano armada, a viva voz al verme atravesando la encrucijada de Jean Jaurés y San Luis, en pleno barrio porteño de Balvanera, me pedía detener al ladrón.

En aquel momento me quedé paralizado al sentir el ardor producido por el roce del primer disparo a quema ropas, que afortunadamente, solo rozó el lóbulo de mi oreja derecha. Pero segundos después, tenía el cañón del arma del asaltante empujando contra mi frente y disparó sin mediar ni una sola palabra.

"La historia de este brutal intento de homicidio, es algo que vive presente como una tortura en mi y que no se ha borrado jamás".

Aquella fatídica noche del 2 de abril de 1997, fue sin duda alguna, lo que ha marcado un antes y un después en mi vida:

Eran aproximadamente las 21:45, cuando me encontraba atravesando la intersección de la calle San Luis con la calle Jean Jaures, había oído unas detonaciones, y de repente, escuche que alguien pedía auxilio a viva voz, pidiendo la detención de un sujeto que a la carrera avanzaba por la calle Jean Jaures, lo hacía huyendo del lugar del robo (autoservicio denominado “ARGENCHINA”), situado en la calle Viamonte casi esquina con la calle Ecuador, del barrio del Abasto).

La calle estaba mal iluminada, y dificultaba a simple vista distinguir lo que sucedía pero, mi sorpresa fue cuando observé en la penumbra, que un sujeto que venía a la carrera por la calle Jean Jaurés, disparaba su arma contra mí persona a quemarropa y a escasa distancia; calculo que a unos 10 metros más o menos, mismo aun cuando ni siquiera le hiciera gestos por coartar su escapatoria.

Todo ocurrió imprevistamente, la munición había rozado el lóbulo de mi oreja derecha, lo que produjo una reacción inmediata, (de llevar mi mano hacia ella) dado el intenso ardor producido por el roce milimétrico, de un tiro que afortunadamente no se incrustara en mi rostro.

Acto seguido, no saliendo todavía del asombroso suceso, el intrépido sujeto ya frente a mi, a solo un cuerpo de distancia y con su brazo elevado, encañonó su arma sin titubeos en mi rostro, empujando el cañón de su revolver calibre 22 largo sobre mi frente, disparándola sin mediar palabra alguna…

De inmediato, escuché el clic del martillo golpeando contra el detonador del casquillo, seguido de la detonación de la munición. En el instante entre el clic y la detonación, se produce un shock emocional tan agudo en mi persona, que jamás he logrado olvidar, por un recuerdo en particular: <<“como una película cinematográfica a incalculable velocidad, pasaron por mi mente todas las imágenes de mi vida, desde la infancia, hasta ese preciso instante”>>. De inmediato ví la muerte frente a mis ojos.

Aturdido por toda esta seguidilla de episodios, como perdido en tiempo y espacio en medio del confuso suceso, recuerdo al delincuente proseguir su carrera "arma en mano" y solo atiné a revisar mi frente, buscando sangre o una herida. “Nuevamente la justicia de ese ser supremo, al que comúnmente llamamos DIOS” milagrosamente me evitó una muerte segura, siniestra y desgarradora.

Mi rostro ardía como llama, a esas alturas, solo podía pensar que mi vida había expirado pero, viéndome en pié y sin perder estabilidad física, me puse en carrera detrás del malhechor: un joven de unos 25 años aproximadamente, al que alcancé con una velocidad inusitada a 90 metros de distancia en algunos segundos, tirándome sobre él caco, reduciéndolo de inmediato y desarmándolo al momento que varias patrullas de las Comisarías 7ª y 9ª de la Policía Federal Argentina llegaban al lugar advertidos por personal de Prefectura que custodiaba objetivos Israelíes en las cercanías.
Ningún hombre tiene la potestad de tomar la vida del otro
La detención se produjo en la calle San Luis casi esquina Ecuador y justamente llegaba al lugar el entonces Comisario René Jesús Derecho, por aquel entonces, Jefe de Estudios de Antecedentes Personales dependiente de la Superintendencia de Investigaciones de la P.F.A. quien de inmediato se hiciera cargo del procedimiento.

El entonces fiscal Pablo Lanuse, jamás me cito como víctima ni como testigo del hecho... ¡Vaya Justicia! Que ni siquiera me asistió ni me ofreció su apoyo psicológico por el suceso padecido.

Narrados los hechos al Comisario Derecho, quien ya se abocara a labrar las primeras actuaciones en el lugar, me hizo saber examinando el arma, que habían sido disparados cuatro tiros efectivamente y que la munición del último disparo, con el cañón del arma en mi frente, misteriosamente había quedado frenado justo debajo del alza, a medio centímetro de la boca del cañón.

El arma tenía 8 alvéolos, 4 vainas estaban servidas y quedaban aun 4 municiones que estaban intactas…

El hecho fue caratulado como “ROBO, ASALTO A MANO ARMADA, ABUSO DE ARMAS Y TENTATIVA DE HOMICIDIO”.

El delincuente quien diera varios nombres y apellidos distintos, resultó ser identificado y sobre su persona existían innumerable cantidad de antecedentes penales e inclusive, varios pedidos de captura en su frondoso prontuario…

Como corolario de este hecho, más allá de haber sido víctima del salvaje accionar de una violencia desmedida, tuve al momento de detener a este criminal, que protegerlo de las víctimas de origen chino, quienes armados con cajones y palos querían azotarlo por el robo a su establecimiento comercial; evitando de esa manera que se haga justicia por mano propia y primando ante todo un razonamiento inviolable. El derecho de todo delincuente salvo caso de fuerza mayor, debe ser debatido por la justicia.

Este hecho singular, me ha enseñado algunas cosas:

La primera, que no importa el grado de agresividad del delincuente para con uno, o para con los demás. No debemos ni podemos ponernos a su altura jamás! Debemos buscar que pague donde debe hacerlo: “en el ámbito de la justicia” por más injusta que sea muchas veces.

La segunda enseñanza: No es por casualidad que el primer disparo a corta distancia solamente haya rozado el lóbulo de mi oreja y que el segundo aun más certero que el anterior, quedara trabado en el cañón del arma homicida. Eso ha dejado un mensaje claro y preciso en mi vida: La existencia Divina y un deber de asistir con mi labor a quienes necesitan una mano solidaria.

Pude perder la vida aquel fatídico día, inolvidable para mí, seguramente el delincuente como muchos otros días de su vida, ese día lo habrá olvidado, porque considero que un delincuente no tiene conciencia ni interés por la vida de nadie. También hubiera podido matarlo luego de tomar su arma a mano limpia pero no se hace justicia matando por mano propia y aunque muchas veces la justicia no funciona, debemos como personas racionales, medir cada uno de nuestros actos para no transformarnos en criminales.

Una cosa es hacer justicia de forma coherente y otra cosa es tomar la ley en las manos, determinando quien es el más fuerte.

Pero en la actualidad, la lucha es otra, el miedo es diferente porque el asesino ya no viene corriendo hacia mí empuñando una arma... El asesino ahora es invisible y en la soledad de mi cuarentena, no hago más que recordar lo dramático de estar cara a cara con la muerte.