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lunes, 9 de julio de 2018

Historias Argentinas de las que no se habla.

Por Raúl Enrique Bibiano
           

La historia, es el más importante de los viajes del ser humano. 

En pleno siglo XXI, suceden cosas que realmente no son nuevas, comparándolas con la historia que me transporta al siglo XIX. Era comienzos del año 1871 en la que hoy conocemos como Ciudad Autónoma de Buenos Aires; Una Buenos Aires distinta, donde habitaban unos 187.000 habitantes y cuya mitad de ellos, eran extranjeros.
En aquel tiempo, ruinoso y luctuoso, Buenos Aires era sacudida por ”La Fiebre Amarilla”. Fue una época de caos y destrucción, que todos, debemos mantener en nuestras memorias.



Corrían los primeros días de enero de 1871 cuando de buenas a primeras, fallecieron las primeras víctimas de esta catastrófica epidemia que de la noche a la mañana, le fueron sucediendo unas 10 muertes diarias sin que las autoridades por aquel entonces, demuestren gran preocupación por ello.






Ya por el mes de febrero, para el gobierno municipal a cargo de Narciso Martinez de Hoz, que compartía la gran aldea junto al gobierno nacional a cargo del Presidente Domingo Faustino Sarmiento y al de lo que actualmente es la Provincia de Buenos Aires, Emilio Castro, consideraba que eran más importantes los festejos del carnaval, que las cuestiones de horror que se vivían en los barrios del sur.
Por aquel entonces, cuando el médico Eduardo Wilde, preocupado con la situación que se vivía, les advirtió que se estaba frente a un severo brote febril. Lógicamente, no le dieron la más mínima importancia y hasta lo consideraron agorero. Eran más importantes los festejos del carnaval que todo lo que sucedía a la población.
No era para menos, los que estaban muriendo eran los de clase baja, muchos inmigrantes y pobres trabajadores, aquellos que habitaban casas de inquilinatos, construidas en madera y chapa, u otras viviendas construidas con adobe.


Pero después del carnaval y comenzando el mes de marzo, el número de muertes era de 40 personas al día, y ya no se trataba de los más pobres; de los olvidados y mas humildes barrios del sur: También se veían afectados los de la clase alta, aquellos que habitaban los señoriales barrios del norte de la gran aldea. (Hoy Ciudad de Buenos Aires).
Ante tal desparpajo, se creaba una comisión popular para hacer frente a semejante tragedia, en la que el gobierno nacional, no demostraba potestad. Aquella comisión estaba formada por el Dr. Roque Perez, Billinghurst, Mitre, el Dr. Francisco Javier Muñiz, Vedia, y el poeta Guido Spano entre tantos otros…
Transcurrían los días y las muertes aumentaban sin pedir permiso a nadie. Desde la segunda quincena de marzo comenzaron a morir 150 personas por día, ocasionando el terror en la ciudad, y a ello, se sumaron los saqueos, el abusivo cobro en los mateos y en los medicamentos; que para nada le servían a tan tremenda situación a los enfermos.
Domingo Faustino Sarmiento, era por entonces el presidente, y en realidad, al decir de la historia, era lo mismo que si el Gobierno Argentino, estuviera acéfalo. Tanto él como su vice presidente Adolfo Alsina prefirieron abandonar la ciudad de Buenos Aires. Una Buenos Aires que se detuvo por el horror y la muerte que poblaba sus calles.
Entonces los diarios de la época, comenzaron a escribir y a describir lo que ocurría de manera tal, que el diario La Prensa del 21 de marzo de 1871 comenta el hecho con éstas palabras: “Hay ciertos rasgos de cobardía, que dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que podrá dar de sí en adelante, en el alto ejercicio que le confiaron los pueblos”.
Los días transcurrían entre el pánico y el terror, causado por la situación que atravesaban los habitantes de aquella Buenos Aires. De pronto comenzaron a morir de a 500 por día, sin salvación
Monumento a las víctimas de la Fiebre Amarilla de 1871 - Parque Ameghino - ex Cementerio del Sur -
Entre los más de 14.000 fallecidos por la fiebre amarilla, al menos unos 8.000 de ellos, fueron enterrados en una enorme fosa común, creada en el actual parque Ameghino, por aquel tiempo, era el Cementerio del Sur. Allí también, fue enterrado el Dr. Francisco Javier Muñiz, quien lamentablemente, falleció intentando ayudar a los que morían por la fiebre amarilla. Su muerte ocurrió el 8 de abril de 1871 contagiado por la temible peste.
Ni siquiera habían féretros, los carpinteros que no eran inmortales, habían corrido la misma suerte que los demás. Los cadáveres eran envueltos en sabanas o mantas, y apilados por las calles, intransitables por los olores nauseabundos, a la espera de ser trasladados a una fosa común, del hoy parque Ameghino, donde bajo su fachada de plaza monumental, todavía se encuentra la mayoría de aquellos que perdieron sus vidas por una trágica enfermedad asesina a la que el Gobierno Argentino le restó importancia y conocida como ”La Fiebre Amarilla”.
No cerremos los ojos a la realidad… La vida es un derecho de todos. Sean pobres o sean ricos, sean blancos o sean de color, sean de cualquier creencia o religión. Sean de izquierda o de derecha.

El 14 de agosto de 1881 el médico cubano Carlos Finlay, logró demostrar que el agente transmisor de la fiebre amarilla, era la hembra del mosquito Cuiex o Aedes aegypti. 

No caben dudas que su gran descubrimiento, ha contribuido a prevenir la fiebre amarilla y su descubrimiento nos demuestra que debemos estar abiertos a razonar con amplitud de criterio. 

Gracias a este descubrimiento científico del Dr Carlos Finlay, también podemos saber hoy, en los tiempos actuales, que esta especie de mosquitos, también transmite otras graves enfermedades: 

Además de la Fiebre Amarilla, transmite el Zika, Dengue, Chikungunya, el temible virus Mayaro y un sin fin de otras enfermedades mortales en las que otros mamiferos además del ser humano, son pasibles de afección.


Es por estas razones, los miembros de la humanidad, debemos tomar conciencia diariamente y recordar: Que sin estudiar la propia historia de la humanidad, jamás nos podremos librar de los terribles males que nos acechan como raza humana.

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